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Foto del escritorÓscar L. Estrada

La matanza de Los Laureles (1961)

Los historiadores hondureños coinciden al señalar al período de la dictadura de Tiburcio Carías Andino, de 1933 a 1949, como una época oscura y autoritaria en el país. Muchos son los relatos de las atrocidades que durante esos 16 años se cometieron en contra de la población civil, especialmente aquella considerada como adversaria al régimen, ya sean estos obreros organizados o bases liberales. En un podcast anterior hablamos de la masacre que el gobierno nacionalista ejecutó en contra de la comunidad garífuna de San Juan en Tela, como un ejemplo del sufrimiento que el déspota impuso en la población. Si aún no ha escuchado ese capítulo, lo invitamos a buscarlo.

Sin entrar aquí a un análisis más profundo de la dictadura de Carías, podemos afirmar con el conocimiento que la Historia nos aporta, que las condiciones políticas de la región completa han sido siempre caldo para la conformación de déspotas y corruptos, recordemos que al igual que en Honduras durante el período entre guerras, los vecinos Guatemala, El Salvador y Nicaragua se encontraban sumidos bajo la mano dura de gobiernos muy parecidos entre sí, algo que es importante señalar, el DNA de las clases gobernantes centroamericanas, ha estado siempre dispuestas a imponerse por la fuerza.

Nos permitimos ahora hacer memoria de otros incidentes igualmente vergonzosos de nuestra Historia, repleta de dictadores, megalómanos y corruptos. Tal es el caso del incidente que se produjo el 6 de septiembre de 1961, durante el gobierno de Ramón Villeda Morales, cuando un grupo de once hombres, que luego se supo eran activistas del partido nacional, en ese momento en la oposición, aparecieron muertos en la zona de Los Laureles en Comayagüela.





6 de septiembre de 1961, durante el gobierno de Ramón Villeda Morales, un grupo de once hombres fueron ejecutados a la altura de Los Laureles en Comayagüela. Luego se supo que eran activistas del partido nacional, en ese momento en la oposición política. Según el reporte oficial se trataba de un grupo de conspiradores que se trasladaron al sector de Los Laureles, con el propósito de recoger unas armas que iban a entregarles cómplices suyos del Primer Batallón de Infantería, para llevar a cabo el derrocamiento al gobierno de Ramón Villeda Morales. Los servicios de inteligencia de la Guardia Civil, descubrió el complot y se trasladó al lugar para darle captura a los subversivos.

La patrulla de la Guardia Civil estaba al mando del capitán Rafael Padilla. Según el reporte oficial, él y sus hombres llegaron al sitio de reunión para detener a los conjurados a medida que llegaran, pero estos se resistieron al arresto.

El gobierno de Villeda Morales informó que el grupo presentó resistencia pero, además de que no hubo siquiera un herido de parte de la tropa, dos de los sobrevivientes, Benjamin Solano Castañeda y Adán Zelaya Galindo, a quienes se les dejó por muertos en el campo, explicaron a la prensa el día 13 de septiembre, cómo ocurrieron exactamente los hechos: se les puso en fila y se les disparó con las ametralladoras, relataron, matando en el acto a los once hombres.

Entre las víctimas se encontraba el licenciado Alberto Sierra Lagos, alto dirigente del Partido Nacional quien tenía varios impactos de bala en las axilas, señal de que se le ejecutó con las manos en alto; el Mayor de Infantería Francisco Coello y su hermano José Ramón Osorio, y el licenciado José Ángel Padilla.

Según el licenciado Efraín Aguilar Zelaya, en el lugar de los hechos, Sierra Lagos con las manos arriba igual que los otros prisioneros, le manifestó al Capitán Rafael A. Padilla, éste con pistola en mano y los guardias con fusiles, que en su condición de magistrado del consejo nacional de elecciones, estaba investido de inmunidad. “¡Aquí está tu inmunidad!” Le respondió el capitán Padilla antes de dispararle quitándole la vida.

Benjamín Solano, al ser entrevistado por Vicente Machado Valle, declaró que había sido capturado junto a los demás, por una patrulla al mando del Capitán Rafael A. Padilla, Jefe Departamental de la Guardia Civil. En el camino, según la versión del sobreviviente, fueron ejecutados dos prisioneros, quienes intentaron fugarse, los demás fueron bajados cerca de “Los Laureles”, a quienes se les ordenó colocarse en fila, al estilo militar, procediendo inmediatamente los guardias a vaciar sus armas sobre la humanidad de los hombres indefensos. Solano fue dejado por muerto, con una herida en la cara y otra en los genitales. Cuando los guardias se largaron, vadeó el río y llegó a “La Burrera”, donde fue recogido por un vehículo militar que lo llevó a la Escuela Militar “General Francisco Morazán” para que le fueran suministrados los primeros auxilios, posteriormente fue trasladado al Hospital La Policlínica, de donde sería conducido al cuartel de la Guardia Civil para ser remitido finalmente a la Penitenciaría Central.

La ciudad capital vivió un virtual “estado de sitio”, continúa en su relato Efraín Aguilar Zelaya, las patrullas de la Guardia Civil recorrían las calles, varias casas fueron allanadas y algunas personas capturadas. Fueron detenidos, entre otros, el Jefe de Redacción de Diario “El Día”, periodista Vicente Machado Valle, mientras estacionaba su automóvil en el Parque Central, el motivo de su detención fue haber entrevistado al sobreviviente de la masacre Benjamín Solano Castañeda, mientras era atendido en el hospital, también, Jorge Carías, Darío Scott, Abogado Luís Mendoza Fugón en su bufete, General Pedro F. Triminio, Secundino Valladares Barahona, Carlos Vicente Galindo, Doctor Joaquín Rivera Méndez, Tiburcio Membreño Aguilar y Raúl Alonso Días.

Fue hasta el domingo 19 de octubre que fueron puestos en libertad algunos de los detenidos en la PC, por su supuesta participación en el caso sangriento de “Los Laureles”, en vista de que el auto de prisión dictado por el Juzgado Segundo de Letras de lo Criminal, por el delito de Rebelión no estaba arreglado a derecho, revocándolo por el delito de Conspiración, que era fiable.

Cuenta Benjamín Solano Castañeda en una entrevista publicada por El Heraldo, que él había pertenecido a la Guardia de Honor del nacionalista Tiburcio Carías. Esa noche de octubre de 1961 llovía. Antes, un amigo suyo, José Ramón Osorio López, le pidió que lo acompañara a “un baile” por la carretera al batallón, donde iba a tener la oportunidad de ver a su novia. El pequeño carro que andaba lo dejó Solano Castañeda a unos metros del Primer Batallón de Infantería, en un sector conocido como Shangrilla. Cuando regresó al automóvil vio que estaba rodeado por unos 40 guardias al mando del capitán Rafael Padilla, quien -según el entrevistado- cumplía órdenes del director de esta unidad militar, Marcelino Ponce Martínez y del ministro de Gobernación, Ramón Valladares h.

Padilla le ordenó a un guardia de raza negra que le registrara, pero al no encontrarle arma alguna, Padilla le dijo al guardia que me despojara de cuánto portaba, quitándome el reloj, anillo, cartera. Allí estaba detenido también Osorio López, quien al igual que Solano fue detenido, registrado y robado.

Poco a poco fueron llegando agentes de la Guardia con más gente capturada.

Como a las ocho de la noche llegó el teniente Augusto Murillo Selva, llevando al licenciado Alberto Sierra Lagos (magistrado del Consejo Nacional de Elecciones) y a tres personas más, dice Solano Castañeda.

El licenciado Sierra Lagos tan pronto vio al capitán Rafael Padilla, le quiso hablar, quizá para preguntarle el motivo de su detención, pero él no le dejó hablar. «Conmigo nada tiene que arreglar», le dijo.

Cuenta el testigo que él vio cómo en esas horas seguían llegando patrullas con más detenidos, todos activistas nacionalistas. Era obviamente una operación bien organizada por la Guardia Civil.

Como las diez de la noche regresó el capitán Rafael A. Padilla en una patrulla, con su mano temblorosa movía papeles y fotos.

«Solano, perdóneme por haberlo traído a la muerte», le dijo su amigo Osorio López, el que lo había invitado a la fiesta, al saber que les faltaban pocos minutos de vida.

Antes de matarlos fueron interrogados. El sobreviviente cuenta que en cierto momento, cuando le preguntaban por las armas, se encolerizó y les dijo: «Si armas tuviera me hubiera batido a tiros con todos ustedes».

Padilla ordenó entonces que montaran a seis hombres en cada patrulla, pero como en ese momento solo había dos patrullas, usaron un carro de alquiler para trasladar al resto.

«En la patrulla número seis montaron al licenciado Sierra Lagos, a Osorio López, a Mondragón, a dos miembros activos del Ejército Nacional, uno de apellido Cerrillos, otro de nombre Ponciano y a su servidor», cuenta Solano Castañeda. «Todos los guardias que nos esperaban tenían pañuelos blancos amarrados para cubrirse la boca».

Solano Castañeda cuenta que dijo al comandante de la tropa, Wilfredo Almendárez, que se estaba cometiendo un crimen.

«Terminando mis palabras ordenó a sus asesinos: ¡Preparen! En ese momento, como que la mano divina me giró la cara hacia el río, quizá con la idea de lanzarme sobre el cerco. A hacer el impulso iba cuando oí la voz asesina que mandaba ¡fuego! Todos caímos tendidos y abrazados por la muerte, recibiendo yo solamente un tiro en la cara que me penetró por el pómulo derecho y me salió en el izquierdo. Caí boca abajo, pero los asesinos no conformes nos ametrallaron uno a uno».

«Seguidamente comenzaron a darle uno a uno a los cadáveres, yo les estaba oyendo todo. Cuando me dieron vuelta, uno de ellos dijo: ¡este está vivo, termínenlo! Se acercó un guardia haciendo cuatro descargas, pero el poder divino estaba conmigo y de los cuatro balazos solo recibí tres, uno en el pene y dos en la pierna izquierda, me estiré y me hice el muerto. Cuando se retiraron yo abrí primeramente el ojo izquierdo para ver si había alguien cuidando, pero solamente vi cadáveres. Me di vuelta con sumo cuidado y levanté el alambre y comencé a deslizarme, cayendo al río».

Solano Castañeda se salvó de milagro. Como pudo se alejó del lugar, se le atravesó a un bus que frenó. Le contó la historia al motorista, que lo llevó a la Escuela Militar. Los militares le dieron protección, lo atendieron y la mandaron al hospital San Felipe.

Estando ahí lo sacaron los policías y lo llevaron a la Penitenciaría Nacional, donde estuvo preso más de un año. Salió libre tras el golpe de Estado propinado por los militares a Villeda Morales el 3 de octubre de 1963.


 

Esta historia ha sido reconstruida con el material que aparece en la Enciclopedia Histórica de Honduras, Tomo 11, publicada por Graficentro Editores, la entrevista a Benjamín Solano Castañeda publicada por el diario El Heraldo el 28 de febrero de 2015 titulada “Este está vivo, termínenlo” y la nota “Masacre de los Laureles” de Efraín Aguilar Zelaya publicada por el diario digital proceso.hn

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