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Foto del escritorÓscar L. Estrada

Mi abuela Luisa y su abuelo el general

Actualizado: 10 abr 2021

—Mi abuelo fue presidente del país dos veces, una vez en Comayagua y la otra en Tegucigalpa. —Así lo contaba mi abuela Luisa, sentada en aquella vieja mecedora que sus nietas le habían regalado. Era 1988, ella tenía ya casi cien años y yo 14, mi padre me llevó a conocerla.

—Tenés que conocer a la abuela Luisa —me dijo. Era entendido por todos en la familia que la anciana moriría pronto.

Sentada a la sombra de su pórtico, la abuela hablaba constantemente de su abuelo el general.

—Comayagua era mejor capital que esa horrible Tegucigalpa —decía—, una lástima que hayan trasladado la capital a ese hoyo.


El General Ponciano Leiva apareció en la vida pública hondureña en 1865 como Ministro de Gobernación y Justicia, cuando el designado a la Presidencia, Licenciado Crescencio Gómez se hizo cargo del Poder Ejecutivo. Era entonces un hombre maduro, a mitad de sus cuarenta, en una época en donde la mayoría de los hombres apenas llegaban al medio siglo de vida. Luego se desempeñó como Ministro de Relaciones Exteriores en 1868, cuando el Poder Ejecutivo quedó en un Consejo de Ministros. Desapareció por un tiempo del Escenario Político, refugiado en sus quehaceres en su hacienda de Santa Cruz de Yojoa, que había heredado de sus padres, que la levantaron de nada antes de la independencia. Era un hombre simple, prefería el campo a las bizantinas discusiones políticas en los calurosos salones de Comayagua.

En 1872 reapareció como Ministro de Relaciones Exteriores, en el Gobierno Provisorio del General Jose María Medina, contra quien luego se alzó en armas en noviembre de 1873.

En 1874 fue electo Presidente Constitucional de la República.


—El general Barrios ofreció ayudarle en el gobierno —decía la abuela Luisa. Pero no se podía confiar en Barrios. Era volátil, como día de julio que cambia del sol a la tormenta sin aviso.


Barrios sospechaba que Leiva había celebrado un tratado secreto con el Mariscal González de El Salvador, con el fin de arrojarlo del Poder. Se fue a la guerra contra El Salvador y decidió ayudar al General Medina a recuperar la presidencia.


—Medina era un hombre hábil y perverso. Mi papá me hablaba de él, allí en esa silla en donde estas ahora sentado.


Medina, con el ejército de Guatemala, rápido tomó la ciudad de La Esperanza, luego Comayagua.


—Salieron por la madrugada y comenzaron un recorrido por todo el país, decía mi papá, andaban como el judío errante, buscando armar un ejército que hiciera frente al invasor chapín.


El 8 de junio de 1876 Ponciano Leiva, sabiéndose derrotado en la ciudad de Cedros, entregó el poder a Marcelino Mejía, que luego entregó la presidencia nuevamente a Medina.


—Dos años seis meses duró en la presidencia mi abuelo. Siempre peleando la guerra civil, apenas tuvo tiempo para gobernar. Todo fue culpa de Céleo Arias. A él tampoco le gustaba Medina, decía que era un bruto, un troglodita capaz de ahorcar a medio país.


Es aquí cuando aparece la figura de Marco Aurelio Soto en la Historia de Honduras, el hombre que hoy conocemos, junto a su primo Ramón Rosa, como el Reformador Liberal que impulsó la modernidad al país. En aquel tiempo nadie lo conocía.


—Conocían a su papá, don Máximo, un hombre culto y de buenos oficios. Pero del joven Marco Aurelio nadie sabía nada. Pero algo debió tener para que Céleo, celoso como era de los destinos del país, lo apoyara como lo hizo. Lo paseó por todos los departamentos exhibiéndolo como al mesías y mi abuelo… creo que se había venido ya a la hacienda a cuidar de sus negocios.


Nadie conocía realmente al general Leiva. Era un hombre misterioso, hermético. En aquel tiempo se llegaba a presidente por su capacidad de organizar a los caudillos locales y no necesariamente por popularidad. Leiva era sin embargo muy respetado en la costa norte y Santa Bárbara, de donde vinieron sus sobrinos/yernos (hijos de su hermana Gertrudis) a gobernar el país a finales del siglo XIX: Francisco Bográn, casado con su hija Guillermina, fue presidente al igual que su hermano Luis Bográn; también eran primos del presidente Miguel Paz Barahona, casado con su hija Mariana Leiva Castro. Mi abuela Luisa era hija de Marcos Leiva Castro.


—Creo que la única única persona que conoció realmente al general fue mi abuela. Una vez, allá por 1893, al final de su segundo gobierno, mi padre contaba que alguien lo encontró en el salón presidencial, estaba allí, sentado en un sofá, meditabundo, sosteniéndose la mandíbula.​

—¿Qué te pasa, general? —le preguntó el amigo.

—Qué ha de pasarme —le contestó el Presidente Leiva—, que no me pagan mis sueldos y debo seis meses de comida.

—Pero eso no es para que adquieras el tamaño de una hormiga. Tienes bienes en Santa Cruz de Yojoa. Pídele a tu mujer dinero suficiente para matar tus penas.

—Ahí está lo grave —le replicó mi abuelo—. Dice Luisa que la política es vagancia; que me dedico a ella por no trabajar, y que el que no trabaja no come.

—Entonces, ¿qué piensas hacer. . .?

—Pienso renunciar para ir a Santa Cruz a tender cercos de “motate”…


Días antes que su sobrino el Presidente Luis Bográn terminara su segundo período constitucional, allá por 1891, el Coronel Terencio Sierra invadió los pueblos fronterizos a El Salvador. Bográn había repetido las acciones de Soto, que había logrado reelegirse sin mucho esfuerzo. Pero su reelección salió cara para la estabilidad del país. Rápido se alzaron los ejércitos en su contra. El General Leiva, ya entrado en años para entonces, regresó a la política en auxilio de su sobrino.

Terencio Sierra entró por el Goascorán y se enfrentó al General Antonio Ezeta de El Salvador, que llegó a la cabeza de mil hombres para auxiliar al General Leiva, que ganó la guerra sin muchos esfuerzos. Así volvió a la presidencia.


—Acepto la Presidencia de la República pero con la intención de servir este alto y delicado destino, un lapso no mayor que el período constitucional porque mi edad, la conservación de mi salud y mis actuales convicciones, reclaman el descanso y la quietud —dijo, en su discurso de inauguración el general Ponciano Leiva. Tengo la gaceta guardada por allí con ese artículo.

—¿Ese fue su último gobierno?

—El último, sí. Tampoco logró terminarlo, fue traicionado por Domingo Vázquez.


Al lograr la presidencia, Ponciano Leiva nombró al general Domingo Vázquez Comandante de Armas de Tegucigalpa y le ordenó que relegara a las Islas de la Bahía a sus enemigos: Policarpo Bonilla, Miguel Oquelí Bustillo, Miguel R. Dávila, Dionisio Gutiérrez, José María Reina, Erasmo Velásquez y Enrique Lozano.


—Él sabía que no podía ejecutarlos ni mandarlos al exilio, en donde seguramente conspirarían en su contra y volverían al frente de otro ejército. Pero el general Vázquez no hizo caso, quién sabe por qué y les extendió pasaportes para viajar a Nicaragua.


Entonces se sublevó el Coronel Leonardo Nuila en La Ceiba, proclamando Presidente al Doctor Policarpo Bonilla.


—Eso volvió a prender todo. Salieron los bonillistas de Tegucigalpa y Comayagüela para la frontera de Nicaragua, en donde fueron organizados y dirigidos por Reina, Velásquez, Dávila y Laínez para hacer la guerra contra mi abuelo.

—¿Pero el ejército de Nuila fracasó?

—Así es. Nuila fue fusilado en Quiebra-Botija. Pero ya la guerra era insostenible. Ya mi abuelo era un hombre mayor, estaba cansado y no tenía ánimo para otra guerra. Reunió al Congreso; y por decreto depositó la presidencia en su Ministro de Guerra el Licenciado Rosendo Agüero.


Los esfuerzos de Rosendo Agüero por lograr la paz fueron infructuosos. El Doctor Bonilla tenía ya su ejército en Tatumbla, donde estableció su campamento y se sostuvo treinta y un días contra las numerosas fuerzas del General Domingo Vásquez, nombrado por el gobierno general en jefe del ejército. Luego se dieron las acciones de Tegucigalpa, Las Crucitas, Coa, Cedros, Guaimaca en donde fue herido el Doctor Bonilla, y finalmente las de El Salto y Liure.

—¿Quién ganó esa guerra?

—Nadie —dijo la abuela Luisa—. Los conservadores siguieron en el poder. El Doctor Bonilla tuvo que volver a Nicaragua para curarse de las heridas y reorganizar su ejército. En Tegucigalpa y Comayagüela hubo fusilamientos de presos políticos. Yo era muy pequeña entonces pero lo recuerdo bien.


Terminada esta campaña, el Licenciado Agüero depositó la Presidencia provisional en el General Vásquez. Ya don Ponciano Leiva había enviado de Santa Cruz de Yojoa su renuncia de la Presidencia de la República. Y así, sin pena ni gloria, el abuelo de mi abuela dejó la vagancia de la política y volvió a tender cercos de “motate”, hasta que murió en 1895.

La abuela Luisa murió dos años después que la conocí, en 1990. Su cuerpo descansa en Santa Cruz de Yojoa, pocos metros de distancia de los del general Ponciano Leiva.


Fuente: Medardo Mejía, Historia de Honduras, Tomo V, Editorial Universitaria 1989.


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