top of page
Foto del escritorÓscar L. Estrada

NUESTRO CURA HIDALGO: JOSÉ MATÍAS DELGADO, EL PRÓCER OLVIDADO

El año del bicentenario de la independencia centroamericana debe servirnos para escudriñar ese período de la Historia. Las precarias condiciones de la información de esa época y los intereses de las élites de resaltar ciertos capítulos y ocultar otros que les hacen ver mejor a ellos mismos, hacen sumamente difícil tener, a pleno siglo XXI, una imagen completa de lo que era la lucha independentista centroamericana. Pero como decía nuestro Sabio Valle, «el deber de todo americano es estudiar la América».

Cuando en Honduras se menciona a nuestros próceres patrios se nos habla de José Cecilio del Valle, de Dionisio de Herrera, de Francisco Morazán y José Trinidad Cabañas (aunque estos dos aparecen en la Historia centroamericana mucho más adelante) y se habla de cómo la independencia se logró de forma «pacífica», por un acuerdo entre las élites que gobernaban en aquellos años. Esa ha sido la versión oficial de nuestra independencia. Muchos capítulos y personajes han quedado en el olvido, como aquella querella por corrupción contra el reformador Marco Aurelio Soto, o incluso la figura gigante de aquel Héroe de la independencia, a quien nunca se le ha dado el lugar que merece, quizás porque su lucha era además en contra de las élites establecidas. Hablo del doctor y sacerdote José Matías Delgado, nuestro Cura Hidalgo.

El historiador Medardo Mejía en su colección Historia de Honduras nos cuenta de José Matías Delgado y nos lo describe como una de las personalidades más intensas de Centroamérica desde que se inicia la insurgencia continental de 1810 hasta que concluye la operación independizadora, tanto de España como de México, con la reunión de la Asamblea Nacional Constituyente de 1824.

«Para conducir el movimiento revolucionario de San Salvador de noviembre de 1811, se necesitaba del valor temerario de un Miguel Hidalgo o de un José María Morelos; y para enfrentarse a una expedición imperial (mexicana) en 1822, como se enfrentó José Matías Delgado, se requería de la decisión temeraria de un Simón Bolívar o de un José de San Martí. No tuvo la vistosidad de aquéllos porque le tocó actuar en la Provincia de San Salvador y los demás revolucionarios de Centro América no pudieron, o no quisieron o no comprendieron que debían sumar sus fuerzas en debida forma a las fuerzas del doctor Delgado, y así establecer la unidad revolucionaría centroamericana por la libertad social y la independencia nacional.

Como entonces, en cada sector del continente, sin menospreciar los recursos propios, se pensaba en la realización de la Revolución Francesa, así la habrían realizado en Centro América, llevando por guía al notable insurgente de San Salvador.

Si alguna vez, los pueblos de Centro América llegan a abrir un concurso para saber quién es entre todos los próceres el verdadero guía libertador de esta zona continental, con toda seguridad la mayoría decidirá que es el doctor José Matías Delgado.

Hay una conspiración del silencio en tomo de su nombre por dos cosas; la primera, porque el doctor Delgado es en idea y en ejemplo el fuego vivo de la revolución contra todos los opresores y todos los conquistadores, que al final son vencidos, y la segunda, porque el doctor Delgado en su impulso libertador, hizo algo monstruoso para las leyes y las jerarquías católicas, como fue la del colocarse por sí mismo la mitra de los obispos, retando de ese modo el poder universal de los Pontífices Romanos.

El doctor Delgado fue en tales condiciones un puño cerrado y amenazador contra el poder temporal y espiritual de los reyes y de los papas, y esto no se lo perdonan ni los descendientes de los viejos monarquistas ni la aristocracia eclesiástica.

Para nosotros —continúa el doctor Medardo Mejía— el doctor José Matías Delgado es la principal figura revolucionaria de Centro América en los combates que se sucedieron desde 1811 hasta 1824; y este reconocimiento es laurel a su gloria inmortal. Los demás próceres fueron esporádicos, inconstantes en la escena, muchas veces contradictorios, hasta que llegó Morazán.

Para el general Vicente Filísola, Capitán General y Jefe Político Superior de Guatemala, el doctor José Matías Delgado era un peligroso anarquista, un trastornador del orden público y un enemigo contumaz del Imperio».

«Oid, en este sagrado lugar la voz consoladora de vuestro párroco. Yo que os he acompañado en todas vuestras tribulaciones, que no os he desamparado aun en los momentos más amargos, que siempre me visteis con vosotros en las calles, en las Plazas, en las habitaciones domésticas, en este sagrado templo implorando las clemencias del Señor. Que arrastrado del torrente impetuoso de las convulsiones populares que desgraciadamente arrastraron a esta ilustre Ciudad en los aciagos días 4, 5 y 7 de noviembre, corría de un lugar a otro infatigable y activo, por dar ejemplo de moderación a los unos, dirección a los Magistrados, y consolación a los afligidos …Escuchadme, hijos míos, escuchadme atentos y sosegaos...Hombres atrevidos os han deslumbrado con falsas ideas de bienes aparentes y os condujeron al precipicio. La mano bienhechora del Omnipotente os salvó, la Muy Noble y Leal Ciudad de Santiago de los Caballeros tomó en consideración vuestros males y se encargó de su remedio…»
—Discurso del párroco José Matías Delgado, 2 de diciembre de 1811

José Matías Delgado y de León, nació en la ciudad de San Salvador, el 24 de febrero de 1767 y murió en esa misma ciudad el 12 de noviembre de 1832, cuando en el horizonte se divisaba la figura de otro grande de la lucha independentista centroamericana, el general Francisco Morazán.

El Doctor Víctor Jerez, rector de la Universidad de El Salvador a principios del siglo XX, describe los últimos momentos del sacerdote José Matías Delgado:

«Llega el doce de noviembre; la enfermedad vence al rigor físico. En la tarde de ese día, el anciano prócer mandó a convocar a los alcaldes y vecinos de los barrios de San Salvador. Presurosos llegaron: los Funes de San José, los Mixco de la Vega, los Valencia del Calvario y cuando estuvieron reunidos, les dijo: 'Os he llamado para que juréis ante la imagen de nuestro divino patrono que primero aceptaréis la muerte, antes que ver perdida la libertad de la Patria’.

Entre lágrimas y sollozos prestaron todos el juramento que les pidió el ilustre patriarca de la independencia, que amó la Patria hasta el borde del sepulcro…

Aquel momento tan solemne y augusto, aquella escena de dolor y de grandeza, fueron interrumpidos por las preces de la multitud que invadía las dependencias de la casa y por el sonido de las campanillas del viático que al ilustre enfermo le lleva su deudo y amigo el cura de Mejicanos, presbítero don Pedro de Lara.

El ciudadano había cumplido su deber; el sacerdote de vida irreprochable, de conducta ejemplar, pidió perdón a todos los circunstantes, y con religiosa unión recibió al Dios de sus mayores, a quien había consagrado desde sus años juveniles, los tesoros inmaculados de su cuerpo y de su alma.

Las sombras de la noche invadieron la estancia, el gran patricio preguntó qué hora era y se le contestó: 'falta un cuarto para las ocho’.

'Poco tiempo me queda', dijo él, y así fue.

Al momento en que las campanas de la parroquia daban el toque de las ánimas, llegó la muerte, miedo de los débiles, placer de los fuertes; y el Padre de la Patria expiró tranquilamente en brazos de su íntimo amigo, el inolvidable prócer, presbítero doctor don Isidro Menéndez.»

 

En imagen, cuadro del pintor chilenoLuis Vergara Ahumada de 1957, que muestra el Primer Grito de Independencia de Centroamérica en San Salvador. En primer plano el padre Delgado con el brazo derecho extendido.

28 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


Publicar: Blog2_Post
bottom of page