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Foto del escritorÓscar L. Estrada

La oscura visión del futuro en el nuevo libro de Javier Suazo Mejía

Distopía, cuentos de ciencia ficción del tercer mundo es el título del nuevo libro de Javier Suazo Mejía, una serie de relatos que nos hablan del porvenir, visto desde nuestro rincón del universo, resaltando nuestros más privados temores: el futuro es espejo exacto del presente. No existe esperanza en estos 17 cuentos, el tercer mundo que está condenado a repetir, cual maldición de Sísifo, una y otra vez el mismo destino a través de los siglos.

En sus libros anteriores Suazo Mejía ha explorado la naturaleza humana en otras épocas de la Historia, las maldad y la obsesión del poder en las dictaduras bananeras en la novela Entre Escila y Caribdis o el amor en la tierra profunda de la novela El fuego interior; la ambición y el poder del sexo en la conquista del nuevo mundo en Corre la sangre doña Inés (novela inédita) y el valor en la América precolombina de Quetzaltli, ha encontrado el autor, en todas ellas, que la esencia de los hombres permanece la misma: el futuro y el pasado, nos dice Javier Suazo, somos nosotros y nosotros nunca cambiamos.



En 1516 Thomas Moro publicó el libro que ahora conocemos como Utopía, su título original es Libellus vere aureus, nec minus salutaris quam festivus, de optimo reipublicae statu, deque nova insula Vtopi, en español, "Librillo verdaderamente dorado, no menos beneficioso que entretenido, sobre el mejor estado de una república y sobre la nueva isla de Utopía”. Era la primera vez que se acuñaba el término “utopía” que ahora usamos para hablar de un lugar ideal, un futuro que era posible en el optimismo renacentista de la época, cuando la sociedad occidental salía del oscurantismo de la edad media y las nuevas tecnologías de la época descubrían un mundo nuevo. Utopía es, en la descripción de Moro, una comunidad pacífica, que establece la propiedad común de los bienes, en contraste con el sistema de propiedad privada y la relación conflictiva entre las sociedades europeas del siglo XVI.

Distopía se entiende entonces como el contrario de la utopía: un “lugar malo”, indeseable. El término fue acuñado en un discurso al parlamento británico por el filósofo Stuart Mill a finales del siglo XIX y, como Moro en su visión del futuro, la de Mill estaba también influenciada por su época. Europa perfeccionaba los engranajes de la revolución industrial, los hombres y mujeres eran grasa para aceitar las máquinas del nuevo capitalismo.

Aunque algunos señalan el origen de la literatura de Ciencia Ficción en las novela de Mary Shelly, Frankenstein o El moderno Prometeo (1818) y más específicamente El último hombre (1826), es en las novelas de Julio Verne, a finales del siglo XIX cuando el género se desarrolla con ese optimismo tecnológico que se asienta en 1926, cuando Hugo Gernsback lo incorporó a la portada de la revista Amazing Stories.

Hasta entonces el género de ciencia ficción tenía una esencia optimista. El futuro prometía que con los desarrollos tecnológicos y de la ciencia aumentaría la capacidad de los hombres para dejar atrás la naturaleza que nos mantenía en el horror del mundo: la Paz se presentaba como una promesa que llegaría con la ciencia, el hambre terminaría con la tecnología.

Las sociedades distópicas aparecen luego en la literatura del siglo XX, principalmente en las novelas Un mundo feliz de Aldous Huxley (1932), 1984 de George Orwell (1949) y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury (1953). El futuro ya no es optimista, la sociedad, el medio ambiente, la política, la economía, la religión, la psicología, la ética, la ciencia están a merced de la naturaleza humana y el totalitarismo, que usa la tecnología para ejercer el control sobre la población y nos lleva al colapso ambiental.

Fueron las dos guerras mundiales las que cambiaron aquel optimismo primitivo en las tecnologías que traía la primera ciencia ficción, el futuro no era ya aquello prometedor, era amenazante, oscuro, autoritario. Aunque quizás si hubiéramos puesto más atención a Mary Shelly, habríamos entendido que la ciencia ficción siempre ha sido una advertencia.

En nuestra pequeña franja del mundo, la literatura de ciencia ficción tiene sus orígenes en la novela A vista de pájaro (1879) de Francisco Lainfiesta, que él calificó más como un relato fantástico, a pesar que describe el desarrollo tecnológico y el progreso de la región, gracias a la unificación de las repúblicas y la revolución liberal (de la cual Lainfiesta formaba parte), pero lo encontramos más desarrollado en el optimismo utópico de la novela de Rafael Arévalo Martínez, El mundo de los Maharachias (1938), que nos describe la sociedad ideal, cercana a la naturaleza en donde los hombres y las mujeres viven plenamente, en paz.

La novela El problema (1898) de Máximo Soto Hall, se aventura a imaginar un futuro permeado por el imperialismo norteamericano que surgió contundente de la guerra hispano-estadounidense de 1898, aquí la región centroamericana cae en razón de lo inútil que resulta el esfuerzo de oponerse al control imperial de los Estados Unidos, la maquinaria, representada en el poderoso ferrocarril arrastra las culturas primitivas y salvajes. Carlos Gagini le responderá décadas después en una novela más influenciada por la ciencia ficción, La caía del Águila, publicada en 1920, esta más cercana a juliovernismo en su optimismo tecnológico, allí la ciencia democratiza el poder de destrucción de los pueblos y Centro América logra derrocar al imperio norteamericano con el poder de su ingenio.

Cien años después, Javier Suazo nos lanza al espacio. En Distopía, cuentos de ciencia ficción del tercer mundo, nos recuerda nuestra distancia del primer mundo. En la Managua del futuro, será más fácil ir a la Luna que entrar a los Estados Unidos. Desde el frío lodo del barrio marginal en Tegucigalpa, una niña hace cola para recoger agua, su cubeta de plástico rojo poco refleja del avance tecnológico del mundo, para ella, el futuro y el pasado son el mismo, hasta que ve la línea blanca en el cielo, de la nave espacial que sale de la tierra para colonizar Marte.



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