Nadie puede ver el futuro, podemos todos estar de acuerdo con esa premisa. Nadie sabe lo que pasará mañana por muchos planes que haga, como nadie podía ayer saber lo que pasaría hoy. Pero si algo nos hizo a los humanos distintos de los demás primates, fue nuestra capacidad de aprender de las experiencias anteriores, propias y ajenas, cercanas o lejanas, y desde allí construir escenarios que nos ayuden a decidir nuestras acciones.
La filosofía no occidental reconoce la circularidad de la Historia, contrario a la concepción occidental moderna que ve el progreso como una linea recta e infinita. La literatura toma la idea del eterno retorno, quizás influenciados por la mitología griega y la idea del destino como algo ineludible: Borges, García Márquez, Hermann Hesse o Milan Kundera nos retratan personajes que viven un destino circular, condenados a repetir una y otra vez las mismas acciones. Son las acciones de los hombres y las mujeres frente a los embates de la naturaleza (y otros hombres) las que marcan la historia (y su eterno retorno).
A la larga la historia parece repetirse. Aquello a lo que se confrontaron nuestros abuelos, será algo que enfrentaran nuestros hijos y es el estudio de esos hechos del pasado que nos permite, hoy, establecer escenarios para el futuro. Solo el pasado nos habla del futuro.
Cuando se dieron los primeros informes del brote de un nuevo coronavirus en la distante China, se retrató la noticia como algo marginal: nadie en occidente le dio la importancia que ahora tiene. Algunos expertos alertaron la posible epidemia, basaron sus alarmas en el aprendizaje que adquirieron de otros virus, como el SARS del 2002 o la gripe porcina del 2012, porque la epidemia que hoy nos sorprende ya había pasado antes, muchas veces incluso y como a Casandra las estructuras del poder los ignoraron, hasta que se hizo imposible seguir desconociendo la crisis, entonces pandemia y actuaron de la manera que lo hicieron.
Las estructuras del poder tampoco ignoran la historia, aunque aveces intenten hacerlo. Cuando la epidemia no les afecta, como a los europeos no afectó de igual manera que a los indígenas la viruela que importaron a América en el siglo XVI, no ven los confinamientos como algo necesarios, no se ordenan y los pobres son dejados a su suerte. Cuando la epidemia les asusta, como el príncipe Próspero del cuento La máscara de la muerte roja de Edgar Allan Poe, los poderosos se encierran en su opulencia orgiástica para escapar inútilmente de la peste: la cuarentena que una tercera parte de la población mundial experimenta actualmente, ha sido una práctica perfeccionada a través de miles de años (y cientos de epidemias, unas mucho más mortales que esta). El confinamiento mundial es producto de nuestro aprendizaje histórico.
En el caso de la pandemia actual, y más allá de la discusión de si la respuesta mundial ha sido proporcional o no al mal que se busca combatir, lo cierto es que nos enfrentamos a una realidad inédita para la humanidad. Ahora sabemos que las víctimas fatales del Coronavirus no serán la escena dantesca que se nos presentó a través de los medios de comunicación a principios de marzo. Podemos suponer que las medidas de confinamiento aplicadas en la mayoría de los países “funcionaron” para evitar la explosión de la pandemia en números mayores, o que simplemente el virus no es “tan mortal” como se pensaba en el principio. Otra vez, no había forma de saberlo. Los sistemas de salud reaccionaron al peor de los escenarios y nunca sabremos si ese escenario se evitó o simplemente no existía: la medicina preventiva es ingrata en ese sentido.
Pero el daño hecho es muy profundo y no es sólo a la salud sino a todo.
Nunca antes dos mil quinientos millones de personas se habían refugiados en sus casas, voluntario o no. Nunca antes todos los países del planeta habían paralizado sus economías por el miedo. Independiente de cual sea nuestra lectura epidemiológica del Coronavirus, debemos ahora enfrentar una realidad para la cual no estamos preparados: el colapso.
Pero, otra vez, la historia de crisis anteriores nos da luces para conocer los escenarios que enfrentaremos en el futuro.
En el segundo semestre del 2008 se desencadenó la más grave crisis financiera y económica desde la Gran Depresión de 1929. El mercado hipotecario de Estados Unidos colapsó, llevándose consigo a grandes instituciones financieras. Como consecuencia de la crisis, los canales tradicionales de crédito se contrajeron drásticamente en todo el mundo. La crisis estadounidense se extendió rápidamente a Europa y a los mercados emergentes convirtiéndose en una crisis económica internacional: despidos masivos, cierres de empresas y la caídas en la actividad económica de diferentes países alarmó a todos los gobiernos que buscaban desesperadamente formas para reducir el impacto de la crisis en sus economías.
Dicen que cuando Estados Unidos estornuda el mundo se resfría y este caso no fue la excepción. Honduras, frágil y susceptible a lo que pasa en el mundo, se vio fuertemente afectada por la crisis financiera de 2008.
Como hasta el mes de marzo de 2020, para el año 2007 Honduras venía experimentando algún índice de crecimiento económico, ese mismo exceso de gasto y endeudamiento que vivían los estadounidenses también era experimentado por los migrantes hondureños en Estados Unidos impulsando, principalmente, un incremento en la demanda para productos de exportación hondureños y un incremento importante de las remesas familiares.
Pero luego de la crisis de 2008 el desempleo aumentó drásticamente (nada comparado con el desempleo que se reporta en abril de 2020), el gobierno de Estados Unidos centró su atención en salvar a los grandes bancos del colapso financiero, con el propósito de evitar que la crisis financiera saltara a la bolsa de valores. El apoyo que daba entonces a las burguesías de países como Honduras perdió importancia. Eso volverá a suceder, ahora, a niveles mucho mayores.
Producto de la crisis financiera de 2008, la cooperación internacional que creció luego del huracán Mitch disminuyó en Honduras a niveles mínimos. Ahora la cooperación disminuirá todavía más. Los países cooperantes estarán demasiado ocupados en sus propios proyectos de rescate económico, conteniendo sus propias crisis sociales.
La crisis partir de hoy será general: como el príncipe Próspero de Poe, los ricos se encerrarán en sus palacios esperando escapar de la peste y los países pobres serán dejados a su suerte afuera de las murallas. Su objetivo inmediato es impedir que caiga la bolsa.
En 1929 la caída de la bolsa de valores en New York provocó la gran depresión económica que arrojó a la calle a millones de personas en Estados Unidos. Para los que no comprenden la importancia de la bolsa de Valores en este país, todo esta atado a esos números fríos. Cuando un maestro se retira, no recibe una pensión como lo haría en otros países, lo que recibe son acciones en la bolsa de valores. Toda la clase media en Estados Unidos tiene sus ahorros en la bolsa, cuando esas acciones caen, como en 1929, esas familias de la clase media quedan en la pobreza.
Honduras en 1929 recién salía de la crisis de la guerra civil de 1924, que arrancó con las intenciones continuistas de un gobierno liberal. Con la depresión, la dos empresas bananeras Standard Fruit and United Fruit que hasta ese momento habían mantenido posturas antagónicas para el goce de los beneficios oficiales, se fusionaron en una sola reduciendo la tensión en las facciones políticas. Para 1933, Tiburcio Carías Andino lograría llegar a la presidencia como una fuerza pacificadora, terminando cincuenta años de guerras civiles e iniciando la dictadura más larga de nuestra historia.
Honduras, como el resto de la región, fue dejado a su suerte. Los Estados Unidos como los países europeos, estaban interesados en salvar sus economías de la gran depresión y después en la Segunda Guerra Mundial. A eso podemos explicar (en parte) los gobiernos despóticos que tuvimos durante ese período. Da la impresión que es la tutela internacional la que nos previene del despotismo.
Con esa crisis muchos empleos se perdieron. La economía se contrajo a niveles de subsistencia. Pero a diferencia de 1930, cuando Honduras era un país agrícola, ahora no contamos con la infraestructura necesaria para alimentar a nueve millones de personas. Las políticas neoliberales implementadas luego del final de la guerra fría destruyó todos los proyectos agrícolas que se iniciaron en el país, como una reacción de las élites asustadas ante la amenaza castrista. Ahora esas élites están nuevamente asustadas y como podemos ver en la vecina El Salvador y Nicaragua, no tendrán empachos en destruir la institucionalidad para salvarse de la muerte roja.
No tenemos forma de saber el futuro, podemos sí ver las señales que el presente nos da para preparar nuestros escenarios: 1. la crisis económica del primer mundo impedirá que estos países puedan brindar la ayuda necesaria para afrontar el colapso económico de nuestra economía dependiente; 2. la atención del gobierno de Estados Unidos en su crisis política intensificada en la medida se acerquen las elecciones de noviembre, impedirá que preste demasiada atención a lo que a nivel político esté pasando afuera de sus fronteras; 3. las importaciones de productos alimenticios seguramente se reducirán dada la necesidad actual de alimentar a los millones de personas que han quedado sin trabajo en Estados Unidos y que urgen de la creación de nuevos bancos de alimentos; 4. la ausencia de una infraestructura de producción alimenticia en Honduras producirá hambrunas en un gran sector de la población y eso a su vez generará aún más crisis política.
Reconocemos entonces que estamos viviendo el caldo de cultivo perfecto para un gobierno aún más despótico. Cualquier respuesta a esta problemática deberá partir de la reconstrucción de la infraestructura productiva en las zonas agrícolas y eso implica expropiar las tierras que hoy están produciendo el inútil aceite de palma africana, por algo que nuestro pueblo pueda comer.
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