Existe el adagio que dice que cuando Estados Unidos estornuda el mundo se resfría, en nuestro caso de economía marginada, capitalismo dependiente y periférico, nos da pulmonía. Cuando la crisis financiera de 2008 explotó, producto de la burbuja inmobiliaria del capitalismo financiero, Honduras entró en una profunda crisis que desencadenó el golpe de Estado de 2009 y la posterior crisis, de la que aún, diez años después no nos recuperamos.
Explicaré esto con más detalle:
Con la crisis financiera de 2008 los bancos en Estados Unidos endurecieron sus condiciones de préstamos, las élites nacionales de América Latina giró su atención a fuentes más blandas de financiamiento, siendo estas el proyecto bolivariano chavista Alba y Petrocaribe, que ofrecían fondos a bajos intereses y condiciones de pago bastante favorables. Estados Unidos apenas podía prestar atención a ese giro en el continente, inmerso como estaba en impedir que sus bancos colapsaran. Otra fuente de financiamiento para las empresas nacionales provino de los fondos que llegaron por el narcotráfico que usó a las oligarquías nacionales para lavado de activos y crecimiento de influencia en el territorio. Lo que pasó en el gobierno de Lobo Sosa, posteriormente con Juan Orlando Hernández, ya había comenzado con Manuel Zelaya e igual se dio en Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Panamá, México y Colombia. El ingreso de ese dinero (hablamos de miles de millones de dólares) generó conflictos entre las élites de los países.
Este es un análisis bastante simplificado de una problemática muy compleja, necesitaría un texto más amplio para profundizar en todo esto. Traigo el tema a colación, en todo caso, para advertir de la crisis que se viene a nuestros países.
Con la paralización a mi juicio desproporcionada que generó el COVID-19 a nivel global, el capitalismo ha entrado en una etapa de recesión. Algunos analistas advierten incluso de una posible depresión económica. Los paises del centro capitalista mundial, Europa, Estados Unidos y China, comenzarán una etapa de rescate de sus economías (ni hablar del necesario rescate de sus democracias, que en términos absolutos es de importancia secundaria para los grupos de poder). En ese proceso, poca atención se prestará a los países periféricos: América Latina, Asia y África, quienes serán dejados a su suerte. Seguramente el Banco Mundial y el FMI desarrollarán proyectos de rescate de las economías del tercer mundo que traerá más sacrificios a la población ya de por sí afectada. Esos proyectos de rescate generarán tensiones de clase.
A diferencia de 2008, América Latina no cuenta ya con el proyecto bolivariano como salvavidas del capitalismo nacional. Cuenta aún con los fondos del narcotráfico, que a juzgar por lo que fue la experiencia de 2008 no dudo harán uso para recatar (e impulsar) empresas de grupos de poder y familias. Pero el pueblo quedará a su propia suerte.
Si usted cree que el gobierno traerá proyectos de rescate de la economía de subsistencia de las clases marginadas y empobrecidas, se equivoca. El gobierno no puede, no sabe cómo hacer tales proyectos. Nadie sabe. Conoce sí como reprimir, como atemorizar, cómo mantener al margen el descontento y de esas herramientas no dudará en hacer uso.
Resuena entonces el canto revolucionario del siglo XX, sólo el pueblo salva al pueblo. Debemos imaginar cómo.
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