Luego del triunfo de Joe Biden en las elecciones presidenciales norteamericanas del pasado 3 de noviembre, frente al presidente Donald Trump, surge el interés de la prensa liberal y el stablishment demócrata por comprender cómo es que este presidente logró tanto apoyo por parte de los latinos en la contienda electoral.
Descubren entonces que los latinos (o latinxs, como prefieren llamarnos a este grupo de 32 millones de personas que agrupan en la categoría de “voto latino”) no somos un sector monolítico. Con nosotros viene nuestra historia nacional que se refleja a la hora de definir el voto.
Veamos por ejemplo esa cercanía histórica de los cubanos en Miami con los republicanos, que se explica sólo si comprendemos el respaldo que esta comunidad recibió en los gobiernos de Nixon y Reagan, cuando la guerra fría y el rechazo casi visceral que existe entre esa comunidad para todo aquello que suene siquiera a socialismo. Obama, por el contrario, fue el presidente que más se acercó a restablecer las relaciones diplomáticas con Cuba y eso no lo perdonó la vieja guardia cubano americana de Miami. Allí podemos sumar también a los nicaragüenses y ahora a los venezolanos, que responden favorablemente a la retórica anticomunista del sector más conservador de la política continental.
Por el contrario los centro americanos, puertorriqueños y mexicanos, que tienden a apoyar mayoritariamente a los demócratas, lo hacen como respuesta a la relación que los republicanos han tenido con esos países. No es casual ver como Donald Trump arrojaba groseramente el papel higiénico a los damnificados por el huracán María en Puerto Rico. Aunque a primera vista en política exterior, hacia lo que Estados Unidos califica como su “patio trasero”, poca diferencia ha habido en los últimos 50 años, si podemos notar una relación más armónica (menos imperial) cuando han habido presidentes demócratas (Alianza para el progreso de Kennedy Vs. Irán Contras de Reagan; la lucha contra el narcotráfico de Bush Vs. La Alianza para la prosperidad de Obama). Esas relaciones entre estados se refleja además en votos.
En algún lugar leí (en esta lluvia de análisis que buscan explicar el fenómeno del voto latino en las elecciones 2020) que los hombres latinos de Texas y Arizona respondían más favorablemente a la imagen de hombre fuerte que el presidente Trump construyó en estos cuatro años, porque —decía el estudio— “estamos acostumbrados a este tipo de políticos autoritarios”. Era casi como si en nuestro ADN corriera esa debilidad por los dictadores, porque claro, los migrantes de África y Asia tienen una historia demócrata distinta a la nuestra (allá no hay dictadores) y los caucásicos tienen una tendencia “natural” a la democracia (ironía de la simplificación de los blancos liberales, que desde su racismo insisten en calificarnos con categorías simples y básicas).
Pero hay un tema que hasta el momento no he visto en ningún lado y creo que puede explicar en el fondo ese apoyo a Donald Trump: los latinoamericanos TAMBIEN somos racistas.
Conversando hace unas semanas con un amigo salvadoreño residente en Boston sobre racismo estructural en Estados Unidos, me sorprendió cuando este me “explicaba” que no existía racismo estructural, que la violencia policial contra negros era circunstancial y los negros eran pobres “porque querían serlo”. Según mi amigo, que se define progresista y anti corrupción en lo que respecta a política salvadoreña, a los negros en Estados Unidos no les gusta trabajar. Y me ponía como ejemplo los trabajos que los migrantes hacen en el país, mal pagados y en condiciones precarias, que los afroamericanos rechazan tomar.
—Es que ellos ya hicieron ese trabajo, hace 200 años cuando eran esclavos —le dije, quizás también sobre simplificando mi argumento.
Pero pienso en nuestra relación en América Latina con las comunidades negras. En cómo los mestizos tratamos a los indígenas y a los garífunas en Honduras, o en Guatemala, o en El Salvador que durante más de cien años negó por decreto el ingreso de negros a su territorio mientras daba incentivos a los europeos (para mejorar la raza).
Para este gran sector de latinos republicanos en Estados Unidos, el Black Lives Matter es una campaña de los demócratas, la Ley y el Orden algo necesario para salir adelante y con trabajo duro se puede saltar cualquier barrera en este país…
A tiempo que los latinos se convierten en la minoría más grande en Estados Unidos, sobrepasando a la población afro descendiente, iremos viendo como aumenta su participación electoral en los distintos niveles. Cuando mi hijo tenga edad de involucrarse en política lo hará junto a millones de jóvenes que como él tendrán raíces sólidas en Latinoamérica haciendo que Estados Unidos sea uno de los países con más población de habla hispana del continente. Pero eso no representa eso un aumento en el caudal electoral de los demócratas, porque como vemos en nuestros países, los latinxs acá no serán ni más progresistas, ni menos racistas que los blancos en Estado Unidos.
Fotografía de portada de Jim Collins.
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